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El enviador de gruas

Los puestos intermedios

Los puestos intermedios Los supervisores son nuestros jefes inmediatos. Los hay y los habrá de varias clases pero la tendencia generalizada es que sean auténticos perros falderos con respecto a los jefes y auténticos “limones” con respecto a los operadores.
Durante una buena temporada sufrí en mis carnes a JM, del que luego me enteraría de que era hijo de un Grande de España de esos que salen en el HOLA cuando se casan (en todas las familias tiene que haber alguna oveja descarriada). JM era bastante joven, venía de trabajar por la noche, llevaba el pelo largo y al parecer tocaba la batería en un grupo de rock. El caso es que era una persona que no valía para este tipo de trabajo y la razón no era la terrible alitosis que sufría sino sus nervios.

Siendo operador en sus últimos tiempos, era temido por sus compañeros debido a la facilidad con que perdía la paciencia hasta el punto de que estaban “acojonados” pues en una ocasión se levantó y de una patada tumbo todo un fichero. Pero bueno, el caso es que ante estos antecedentes lo que e hace con él es ascenderle a supervisor y situarle en un departamento de máxima responsabilidad con el resultado de que el tipo se vuelve un “demente” en el trabajo presionando a la gente y contagiando el estrés. Gracias a quien sea me consta de que ya ha abandonado ese puesto y ahora trabaja en un puesto “normal”.

Su sucesora viene del mismo sitio de la periferia madrileña de donde vengo yo. Si el anterior se movía por estrés, esta se mueve por los mismos patrones añadiendo además que su visión el mundo se divide en lo que es blanco y lo que es negro. Siendo en el fondo una buena persona se siente en deuda con la empresa hasta el punto de olvidar todas sus “penurias”.

Frente a estos modelos nos encontramos con Alberto quien pertenece a uno de los perfiles típicos de las personas que se dedican a la asistencia y que se resume en odio a la empresa. En sus inicios como operador “craqueó” el programa informático para lograr ver lo que sus jefes cobraban (“un millón al mes de los de entonces”) pero le pillaron, razón por la que debió permanecer siendo teleoperador durante doce años hasta que, a falta de encontrar a alguien mejor preparado y en situación de necesidad, le ascienden. Alberto es para la gente un supervisor “guay” en el sentido de que pasa de todo y es flexible. Si alguien te tenía que escuchar en caso de duda ese era él aunque a veces lo vieras tal vez perdido soñando, quizás, con el apartamento de sus padres en una de las playas de Almería y la vida que podría llevar allí. Actualmente sufre baja laboral por depresión debida al trabajo.

Al lado de Alberto se sentaba Ingrid, molde exacto de la que fuera compañera mía y recientemente ascendida Susana. Ingrid entró a trabajar en esto a sus 19 años y tras 13 años ha ascendido. Posiblemente es una de esas personas que consideras que tiene “encefalograma plano” y si un día la conoces te preguntarás como esa persona se atreve a dirigir o mandar a alguien pero la respuesta es sencilla pues es que es un valor útil para la empresa ya que ni siente ni padece y ni sabe ni contesta. Todo está bien y en su vida no hay un objeto superior al de trabajar y encontrar un buen marido al que planchar la ropa y lavarle los calzoncillos; es decir, es el prototipo de mujer franquista con la salvedad de que su trabajo es remunerado. No hay que ser un genio en geografía para saber donde está Varsovia o Camboya pero ella no lo sabe tal vez porque el pasado sistema político de ambos países no les hacían aparecer como destinos de las pasarelas de moda.

3 comentarios

Javi -

Muchas gracias. Hay historia para rato (el pan de todos los días) asi que espero que os sigan gustando estos "trozos" de historia.

Miguel López -

Ya te lo comenté, pero ahora lo escribo. Adelante con esta historia, no la dejes, disciplínate. Va muy bien. Abrazos.

Charo -

Javitxu
Ánimo, ánimo, ánimo.
Ya sabes que asistí al nacimiento de este artículo. Me alegro mucho de que lo hayas publicado.
Un beso
Charo